Una pequeñísima piedra gira sobre sí misma, da vueltas en la inmensidad del espacio, lentamente, sin testigos, en el silencio del vacío. Abreu convierte a esta piedra-la Tierra-, en una caja de música virtual, que con su sonido melancólico y mínimo, da cuenta de la presencia de los propios espectadores y de su lugar en el mundo. Al acceder a la pieza, nos convertimos en uno de los remaches que al girar, de acuerdo a la ubicación de la ciudad en la que estemos, genera un sonido diferente. Seremos sólo una nota dentro de una partitura colectiva, que se repite cíclica y perpetua -mientras estemos allí-, como la rotación de la Tierra.